Me
despierta el frío y un intenso dolor de cabeza. Abro los ojos y no
veo nada. Todo está totalmente oscuro. Hace frío, hay un olor
desagradable y vomitivo. Me doy cuenta de que estoy desnuda. Debo de
haber dormido sobre el cemento frío que hay en la estancia.
Me
incorporo, pero todos mis huesos se quejan, además algo me impide
moverme bien. Estoy encadenada por las muñecas. Me esfuerzo por
levantarme, las cadenas me dejan espacio para estar de pie.
Intento
ver lo que hay a mi alrededor, pero todo está en penumbra. El dolor
de cabeza hace que instintivamente lleve mi mano hacia ella. Noto el
pelo pegajoso y una costra seca en el centro de mi cabeza. ¿Qué me
ha pasado? ¿Qué hago aquí? ¿Cuánto tiempo llevo?
Entonces
empiezo a recordar. Iba hacia casa. De repente una furgoneta azul se
para a mi lado. De ella sale corriendo un hombre. No vi cómo, pero
saltó sobre mi. Sentí un tremendo dolor de cabeza y perdí el
conocimiento.
Nada, no
se oye nada. Nada, nada se ve en esta completa oscuridad.
No se
cuanto tiempo ha pasado. Oigo ruidos, algunos pasos, cada vez más
cerca.
¿Me
vienen a rescatar? ¿O es el “tío” de la furgoneta?
Unos
cerrojos abren la puerta. Entra por ella un cegador haz de luz.
Intento protegerme los ojos con mis manos. Se acerca hacia mi una
figura. Cada vez se hace más grande.
Cuelga la
luz a un gancho del techo. Veo la estancia, debe de ser un sótano de
alguna casa. Hay una caldera y trastos viejos por todas partes.
No puedo
verle la cara, pero si me doy cuenta de lo grande que es. Se acerca
cada vez más. He de alzar mi cabeza para poder verle la cara. Su
cuerpo es enormemente grande.
De repente
con un gesto rápido me coge la cara. Puedo sentir la fuerza con que
me hace girar la cabeza hacia ambos lados. Me esta examinando. Se oye
un golpe seco y me retuerzo de dolor. El puñetazo en el estómago
me deja sin respiración. Caigo al suelo sin remedio, pero me levanta
por el cuello con una sola mano. Otro golpe, esta vez en la cara, me
hace sangrar el labio.
No me
suelta. Me tiene cogida con una sola mano por el cuello. Me aprisiona
contra la pared fría. Casi no puedo respirar. Cada vez me aprieta
más. Estoy sin aliento.
Cuando
creía que iba a morir así, siento que me suelta. Caigo al suelo,
toso, respiro.
¿Porqué
me hace esto a mi? Me gustaría preguntárselo, pero el miedo me
enmudece.
Me desata
de las toscas cadenas empujándome al suelo. Caigo de bruces en el
cemento húmedo y frío. Siento todo su peso en mi cuerpo. Noto como
me penetra. Me quiero zafar de él, pesa mucho, no me puedo mover. Se
levanta y me gira como si fuera una muñeca de trapo. Esta vez puedo
ver su cara. No es una cara que de miedo. Es una cara normal en un
“tío” enorme. Me penetra otra vez, pero un fuerte puñetazo hace
que el otro pómulo sienta el dolor. Me intento salir de debajo de
él. Es imposible, lo intento de nuevo y muevo mi cuerpo aún
resentido del dolor. Entonces se incorpora y me coge del cuello
levantándome, otra vez, con una sola mano. Empieza a pegarme, primero un
puñetazo en el estómago, otro en las costillas, luego en la cara.
Me tira al suelo e intento alejarme de él arrastrándome por el
suelo. ¿Dónde voy? ¿Dónde me escondo?
Su gran
manaza me coge del tobillo me tira hacia él tirándome el cuerpo
para esta boca arriba. Me vuelve a violar. Esta vez no me pega. No
duele que me penetre. Pero la bofetada que me vuelve a dar si. Me
agarra del cuello. Esta vez si voy a morir, pero casi lo estoy
deseando. Siento como se “corre”. Pienso que ya se ha terminado.
Que quizás me deje tranquila.
Él se
incorpora subiéndose la bragueta. Yo no puedo levantarme, no se si
por el dolor o por el miedo.
Me vuelve
a levantar del cuello aprisionándome contra la pared. ¿Qué va
hacer ahora? ¿Ya terminó
conmigo?
Me vuelve
a encadenar. Coge la luz y se va.
Estoy
tirada en el frío cemento con el labio partido en dos y alguna
costilla rota. El dolor es fuerte, no me deja moverme, tampoco
quiero. Estoy agotada, sin fuerzas. ¿Cuánto tiempo pasará hasta
que vuelva? ¿Podré resistir otra vez? No lo creo.
No se cómo
me he quedado dormida, la luz que entra por la puerta me ha
despertado. No me incorporo, estoy rota por dentro. La enorme figura
se acerca. Siento que no podré resistir.
Me vuelve
a examinar la cara de la misma forma que antes e igual que antes me
vuelve a reventar el estómago. Pero esta vez tengo más suerte. Ya
no siento sus golpes. Ya no tengo frío. El dolor se desvanece. ¿Ha
dejado de pegarme? No, estoy muerta.
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